LOS MITOS DE NUESTRA EPOCA

LOS MITOS DE NUESTRA EPOCA
Martes 16 de Octubre de 2007 17:06

Los mitos más importantes en la cultura occidental han estado marcados por la influencia de la religión católica. Sin embargo, desde la época del renacimiento empezó un movimiento que ha llevado a que ahora se haga difícil decir que el catolicismo es el mito principal del mundo occidental. El grupo de católicos en el mundo parece ser cada vez menor y su aceptación del dogma cristiano es más flexible e individualizada de lo que lo era antes. Junto con el retroceso del cristianismo ha habido distintos sistemas ideológicos que han propuesto su propia mitología para el mundo moderno.

A mediados del siglo pasado el comunismo se convirtió, en sus posturas más extremas, en una especie de mitología, donde el lugar central era ocupado por el Estado. Esta visión, que arranca de una postura materialista, postulaba que el sentido de la vida estaba en la búsqueda concertada del bien común y que la felicidad se debería buscar antes de morir. La idea de un paraíso después de la muerte no era, para los más radicales izquierdistas, sino un ardid de los poderosos para impedir al hombre pensar y rebelarse ante las injusticias sociales. La fuerza de esta ideología dio pie a varios movimientos revolucionarios, que se convirtieron en el mito de muchos. Hubo personas que incluso murieron en esa lucha y otros dedicaron décadas de su esfuerzo a la consolidación de la utopía. Sin embargo, a pesar de sus buenas intenciones el comunismo falló estrepitosamente en sus objetivos debido a las ineficientes políticas económicas, administrativas y, sobre todo, debido a la preeminencia del colectivo a costa de lo individual. La sociedad es ciertamente, una de las condiciones necesarias para la existencia del hombre, sin embargo, no se puede llevar esta afirmación al extremo y decir que el individuo existe para la sociedad. “Sociedad” no es más que un concepto para la simbiosis de un grupo de seres humanos. La “Sociedad” o el “Estado” es una aglomeración de portadores de vida y, al mismo tiempo, como una forma organizada de estos, una importante condición para la vida. No es por lo tanto cierto, sostiene Jung (1966), que el individuo puede existir solamente como una partícula en la sociedad. Por el contrario, el individuo está empujado a buscar el desarrollo de su propia individualidad; no respetar esto fue uno de los grandes errores del comunismo. Esta visión pasó por alto que la libertad de cada sujeto para vivir su proceso de individuación lleva, no al individualismo, sino a lo que es común a la humanidad. El proceso de individuación trae la consciencia de la comunidad humana porque nos hace conscientes de lo inconsciente, que nos une y es común a toda la humanidad. Una vez que el individuo se encuentra seguro en sí mismo, hay cierta garantía que la organizada acumulación de individuos en el Estado resultará en la formación de, no una masa anónima, sino de una comunidad consciente (Jung, 1966, p. 108). La condición indispensable para esto es la libertad de elección y la decisión individual. Sin esta libertad y auto-determinación no hay una verdadera comunidad, y, debe decirse, sin tal comunidad incluso el hombre libre no puede, en el largo plazo, prosperar (1996). Todos ahora reconocemos la muerte temprana de la casi mítica propuesta del comunismo.

En buena medida muchos de los grandes mitos y de las religiones han perdido sus argumentos ante la fuerza de las evidencias y los logros científicos. La función cosmológica de los mitos, que se encargaba de explicar el universo, ha sido asumida por la ciencia. Son los científicos, no los profetas, los que nos intentan explicar el origen del hombre y de la creación, siendo capaces incluso de predecir el comportamiento de muchos fenómenos naturales. Los mitos antiguos ya no nos satisfacen para explicar los fenómenos que ocurren en la naturaleza. Para muchas personas la ciencia misma se ha convertido en un mito y solo aceptan como cierto los datos provistos por la ciencia. Es interesante reconocer, en las esperanzas puestas en la criogenia por algunas personas, la misma búsqueda de trascendencia e inmortalidad de los antiguos constructores de las pirámides egipcias.

Ciertamente una mirada superficial del quehacer científico puede llevar a la creencia que ha erradicado la posibilidad de la fantasía y los mitos. Los científicos siempre llegan aun límite y nos dejan frente a un panorama de una belleza, fuerza, complejidad y enormidad nunca antes conscientemente apreciadas en su dimensión real. El trabajo científico no hace sino llevarnos a plantearnos, aunque en otros términos, las mismas preguntas que hace miles de siglos se planteaba ya el hombre. Es interesante observar, por ejemplo, todas las fantasías montadas sobre la ciencia-ficción, así como la permanente preocupación por los orígenes del hombre y la vida extraterrestre. El cine está plagado de taquilleras películas que abordan preguntas sobre el origen del hombre, la vida en el universo y el creador universal. La ficción, en la “ciencia-ficción”, asume para algunos la función explicativa que la ciencia, según su método, ya no puede seguir. De ahí la enorme atracción que ejerce en las personas, sobre todo en los más jóvenes, todo lo relacionado con la tecnología y la “ciencia-ficción”.

La ciencia, por su parte, ha ido, progresivamente, reconociendo tanto su grandeza como su pequeñez. A la vez que la ciencia ha descubierto y transformado mucho del mundo, ha reconocido los límites de los instrumentos y la constitución propia de la indagación humana. La ciencia no pretende alcanzar la verdad última, las teorías científicas son explicaciones tentativas de los fenómenos a partir de lo que ahora se sabe. La ciencia no se acaba con la mejor teoría; la búsqueda siempre continúa. Esto ha resultado ser de enorme importancia para la humanidad. Sin embargo esto también ha menoscabado los sistemas religiosos que se fundaban en ciertos mitos cosmológicos. Las religiones se han debilitado al punto de que muchos ya no abrazan los principios de las religiones tradicionales. Para estas personas, que son muchas en la actualidad, el poder simbólico de los antiguos mitos ha perdido su fuerza. Sin embargo la historia muestra que el hombre no puede vivir sin plantearse ciertas preguntas sobre la trascendencia y contar con cierto apoyo espiritual. La función cosmológica de los mitos ha sido asumida, en buena medida, por la ciencia; no así la función mística, sociológica o pedagógica. Esto nos lleva a pensar que el vacío que ha dejado la progresiva retirada de las religiones tradicionales será llenado por otros nuevos mitos en constelación. Esta nueva mitología, planteaba Campbell, (1988/91) no podrá ser local; él especulaba con un mito planetario para la época moderna. Él pensaba que el nuevo mito debería traspasar las fronteras locales y permitir al individuo identificarse con el planeta. En cierto sentido las predicciones de Campbell han sido correctas y hemos visto como ha ido creciendo la preocupación ecológica en todo el mundo. Nuevos movimientos espirituales, como el New Age, han puesto el respeto y la armonía con la naturaleza como uno de los elementos centrales de su mitología. Similarmente, el Budismo con su propuesta de armonía con la naturaleza de la cual formamos parte, ha ganado adeptos en occidente.

Finalmente debemos reconocer que aunque muchos mitos han perdido su fuerza y otros están gestándose, ha habido ciertas historias que no han dejado de tener vigencia en nuestra época. Un tipo de mito, activo hasta el día de hoy, y de particular interés para la psicología, es el mito del héroe. Estos mitos nos presentan con el viaje al que se enfrenta todo ser humano: las transiciones en la vida, las vicisitudes, los problemas, las potencialidades de desarrollo y las relaciones con otros seres humanos. Las antiguas y nuevas historias del héroe tienen todavía resonancia en el mito personal.

Referencias

Campbell, J.; Moyers, B. (1988/91). The Power of Myth (e-book). E.E.U.U.: Anchor Books.

Jung, C.G. (1966). Psychoterapy Today. En M. Fordham and H. Read (Eds.), .), The Practice in Psicotherapy (Cap. VIII. pp. 94-110). USA: Princeton University Press.

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