La noche oscura del alma

La noche oscura del alma

Con el nombre de “noche oscura” fueron bautizadas, por Fray Juan de la Cruz, las Canciones del Alma en su camino hacia la unión con el amor de Dios. De estas coplas, cargadas de un erotismo sublime y sublimado por el fraile, como aspectos de su ánima a la que tan bellamente integra, hemos tomados algunos fragmentos para ilustrar el momento del ascenso desde las profundidades de las pasiones hacia zonas luminosas, igualmente apasionadas y enceguecedoras. Porque, así como la oscuridad perturba la visión, la luz también estorba al ojo.

En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡Oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
(...) me guiaba
más cierto que la luz de mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
(...) ¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada! (...)
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
Me quedé y me olvidé,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y me dejé,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

Los objetos del mundo (sean personas o cosas) necesitan de cierta opacidad para ser captados, representados y cargados afectivamente o catexiados. Yin y Yan, se alternan en nuestra vida como el día y la noche, por lo que cualquier permanencia en estas polaridades, como extremos absolutos, puede perturbar al alma en grado sumo.




Desde un punto de vista analítico (junguiano), la noche oscura del alma es un estado de suspensión en el que el sujeto retrotrae las cargas objetales para iniciar un viaje de descenso hacia sus zonas oscuras o sombra. Sin embargo, la sombra, no tiene por qué ser algo necesariamente “diabólico”, aunque en principio, el sujeto la perciba como algo atemorizante. Lo que permanece en sombra y se resiste a ser sacado a la luz, corresponde a lo que el sujeto, en cada caso, desconoce de sí (lo inconsciente reprimido, en el sentido freudiano). Pero, lo que se desconoce de uno, también puede ser un talento, algo sumamente enriquecedor del self, que ha permanecido oculto a fuerza de la introyección de determinados prejuicios y mandatos provenientes del campo del otro. Por lo que en gran medida, la sombra, así entendida, también está constituida por aspectos del superyo del sujeto (cercanos al concepto de máscara del que hablan tanto Jung como Rogers, relacionado con el deber ser).

Desde un punto de vista clínico, lo que nombramos como “noche oscura del alma” puede confundirse con estados depresivos, y puede producirse como consecuencia de una pérdida afectiva (divorcio o muerte de un hijo) o una crisis vital (síndrome del nido vacío), motivo por el cual tiene puntos de contacto con el proceso de duelo. Sin embargo, la noche oscura del alma puede sumir al sujeto en un estado de suspensión y pérdida de sentido que va más allá del duelo normal, aunque tampoco sea un estado melancólico en sentido clínico propio.

Hay por lo menos tres aspectos que caracterizan a la noche oscura del alma. El primero es la pérdida de sentido, esto implica, en segundo lugar, una sensación interna de vacuidad y detenimiento temporoespaial (suspensión). El último aspecto corresponde al momento en el que el sujeto sale del estado de suspensión, transformado, renovado y si se quiere, fortalecido (cuestión esta que acerca el concepto de noche oscura del alma a un proceso resiliente).




Pero, ¿qué expresa exactamente el sujeto, al ingresar en este penoso estado, cuando afirma “nada tiene sentido”? Comúnmente se suele dar a esta frase una connotación negativa, porque “nada” es desde un punto de vista conceptual equivalente a “vacío de ser”, una pura negatividad de forma y contenido. Sin embargo si nos detenemos en la frase y la tomamos en un sentido positivo, decir que “nada tiene sentido”, es afirmar el sentido de la nada.
Esto, que a primera vista puede impresionar como un juego de palabras, fue motivo de numerosas elaboraciones filosóficas. Hegel, en su Ciencia de la Lógica inaugura un camino, a este respecto, que será retomado por otras corrientes de pensamiento como el existencialismo, de la mano de Martín Heidegger y J. Paul Sartre.
Esquemáticamente, Hegel afirmaba que, pensar el “Ser” en general era equivalente a pensar “Nada”, puesto que ni para el primero ni para el segundo tenemos representación de objeto. El ser en general, sin determinaciones, es igual en un sentido lógico (y ontológico) a la nada, porque sin representación no hay acto cognitivo posible. Ser y Nada, son entonces conceptos vaciados de contenido. Meras abstracciones que suponemos en un sentido lógico como comienzo y fin de la infinita cadera de representaciones a las que damos el nombre de objetos o, con palabras de Hegel, “el ser determinado”.
Generalmente, la frase “nada tiene sentido” surge en el momento en que el alma transita su noche oscura y alude a la “perdida de sentido” que tiene la propia existencia, para el sujeto que se encuentra en este estado. La persona parece estar “suspendida” entre dos instancias igualmente vaciadas de contenido: el ser y el no-ser (la nada). Al igual que en Hamlet, este estado de suspensión conduce al sujeto a la sensación de vacuidad.
Retomemos, decir que “nada tiene sentido”, es afirmar el sentido de la nada. Por lo que, “la pérdida de sentido” constituye “el sentido de la pérdida” en cada caso, y tiene que ver con la multitud de representaciones con las que se hallaba investido el objeto, afectivamente cargado, que se ha perdido.
Si del lado del sujeto que padece, ha quedado “nada”, podríamos inferir que del lado del objeto así catexiado, estaba “todo”. Es común que el sujeto que transita por este estado, afirme “él” (o “ella”) era todo para mi. Aquí “todo” es equivalente a “ser”, de modo que al sufrirse la pérdida, la propia existencia ha quedado vaciada de contenido, es decir de razón de ser y por lo tanto, nada tiene sentido ya. El objeto se ha llevado en su huída, los atributos que definían la realidad del sujeto, por lo que la propia existencia tiende a perder sentido.
Trabajar sobre el sentido que ha tenido la pérdida, más que sobre la pérdida de sentido puede ser una herramienta clínica poderosa, para volver a reintegrar en el sujeto su condición de ser valioso por derecho propio, más allá de las proyecciones con las que habría recubierto al objeto perdido.

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